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Alguien dijo que el aprendizaje no podía ser un juego. Se equivocaba, pues esa es precisamente su finalidad en la infancia: los niños aprenden y perfeccionan habilidades y aptitudes en un entorno seguro.
El ajedrez es un reflejo de la vida moderna. Un tablero, con hasta 32 piezas colocadas en diferentes posiciones es información, y no poca. Para hacernos una idea, un jugador puede realizar 16 diferentes movimientos iniciales (cualquiera de los peones blancos, movidos una o dos casillas), mientras que el número de posibles disposiciones del tablero asciende a aproximadamente 70.000 después de 4 movimientos.
El verdadero conocimiento está en la capacidad de analizar y filtrar esta información, qué es importante y qué no lo es, de manera que nos lleve a tomar decisiones útiles, decisiones con un fin, como el de una jugadora de ajedrez que analiza diferentes vías para salvarse de un jaque. En sus primeras partidas, los movimientos son impulsivos, no alcanzan a ver siquiera la jugada con la que le contestará a la rival. A medida que avanza el curso, sus movimientos cada vez son más medidos. Esto aporta un beneficio transversal, pues el desarrollo del pensamiento estructurado y el razonamiento lógico a temprana edad favorece la toma de decisiones dentro y fuera del tablero. Sin embargo, uno de los mayores beneficios del ajedrez, que quizá pasa desapercibido, resulta evidente ya desde la sesión cero. En cuanto repartimos tableros y piezas de ajedrez a las estudiantes de 1º y 2º de Educación Primaria, vemos ese miedo a equivocarse. La reacción ante los errores en esta etapa temprana es muy variada. Mientras algunas alumnas disfrutan el juego aunque la rival les haya vaciado el tablero de piezas, otras se bloquean en cuanto les capturan un solo peón.
En clase, con el adecuado refuerzo positivo, se mejora la gestión de la frustración y se motiva a seguir jugando y a descubrir jugadas alternativas, nuevas maneras de protegerse, de atacar. Incluso nos encontramos casos en que las propias alumnas se ayudan y enseñan entre ellas, en vez de guardarse sus “trucos” para aplastar a la rival. Pronto pierden el miedo a equivocarse y descubren que la pérdida de una pieza no es el fin de la partida. Y aunque así lo fuese, se llevan una experiencia que les hará tomar diferentes decisiones en la siguiente partida.
Y es que en el ajedrez, a veces se gana, pero siempre, siempre se aprende.
Jose Esteban Torra
PROFESOR DE AJEDREZ PRIMARIA
*Podéis leer el artículo entero en la revista 2019-2021 de La Vall. (Apartado Actualidad-Publicaciones)